viernes, 23 de enero de 2009

ESTE ES EL CUENTO...

Este es el cuento de un muchacho, crecidito, pero muchacho, que un día cualquiera decidió hacer un alto en su vida para encontrar algunas respuestas, acerca de cuestiones que no entendía muy bien. Buscó un espacio pequeño en el que poder estar tranquilo, y ¿eligió? los papeles de traza para poder expresarse y comunicarse, para con los demás, de una manera libre y sin prejuicios, pues quería hacer algo de verdad, ya que sólo veía mentiras.

Al principio estaba cargado de ilusión, pues únicamente pretendía rellenar sus papeles, e intentar venderlos muy baratos, para que los demás pudieran tener algo que colgar en sus paredes que les reportara un poco de alegría a la vista y olvidaran en la medida de lo posible, sus penurias diarias. De una manera sencilla, intentó venderlos en las playas, ponía sus papeles todos los días desde las diez de la mañana hasta que se hacía de noche, sin importarle el calor, malcomiendo día sí y día también, no lo consiguió, dado que la gente no se paraba ni a mirarlos, pues llevaban mucha prisa y tampoco es que fueran unos papeles extraordinarios, pero él había trabajado largos días y largas horas en ellos. No se desanimaba y se levantaba de nuevo temprano al día siguiente, pues tenía un infalible despertador, el que no se vende en las tiendas, el despertador mosca-calor-hambre, ya que dormía en su destartalado coche, y si no lo despertaban las moscas que se habían colado dentro la noche anterior, lo hacía el calor que hacía dentro de éste, y si estos dos fallaban alguna vez lo despertaba el hambre. Ese verano fue largo y duro, el viento se llevaba los papeles a lo largo del paseo marítimo, e iba corriendo tras ellos para volverlos a colocar en sus tablas, muchos se deterioraron, muy a su pesar, y los pocos que consiguió vender, por muy poco dinero, le dejaron una sensación agridulce dentro de su ser, pues ponía tres, que a él más le agradaban en tres tablillas y los demás los tenía guardados en dos carpetas. Al que se paraba a mirar los tres de las tablillas les enseñaba los de las carpetas también, o por lo menos lo intentaba, porque algunos que se paraban, al ver que iba a abrir la carpeta aligeraban la marcha. Esa sensación agridulce se producía cuando conseguía malvender alguno, que a él le parecía que era un buen trabajo, dentro de sus posibilidades, y se lo floreaban de la carpeta dejando otros bastante más flojos atrás. Se los llevaban por poco dinero, ya que no estaba en situación ventajosa para negociar, dado que estaba allí debajo de un árbol con más mierda que el palo de una jaula, y con más hambre que una chinche en una lata, además que este muchacho no se consideraba un fenicio.

Llegó el invierno y siguió rellenando los papeles, con más fuerza e ilusión que antes, pues si algo tenía era convicción en su trabajo, y en sus sensaciones personales. Por casualidad descubrió una técnica para montar sus papeles en maderas y ponerle una textura encima, con la que ya no se deterioraban y tomaban, un poco más de cuerpo y parecían tener un poco más de empaque, sólo había un pero, esto valía mucho dinero, del cual él no disponía. No le importó, trabajó para reunir lo suficiente para poder montar todos los papeles pequeños que tenía, aún teniendo el frigorífico vacío, lo gastó todo en esto.

Llegó de nuevo el verano y marchó de nuevo a la costa a probar de nuevo suerte, hizo paquetes sus tablillas, y las montó en un carrito de la compra, amarradas con sus pulpos para que no se cayeran. Esta vez pretendía hacerlo mejor, ya que no quería tener problemas con la policía, e intentó conseguir en los ayuntamientos una especie de licencia, para poder ponerse tranquilo en algún banco de madera, a intentar vender de nuevo sus tablillas, pero en ninguno lo recibieron, en todos le dieron largas, pues a los que mandaban en los ayuntamientos solamente les interesaba cobrar una gran cantidad de dinero para llenar más sus cajones, así, se quedó otros pocos días por ahí rodando, con su carrillo y su viejo coche, pero tampoco tuvo mucha suerte, pues sólo consiguió un bonito bronceado, de estar al sol todo el día. Decepcionado y roto se dio la vuelta, y volvió a su casa, sólo se había traído más odio en su maleta imaginaria, pero él era un muchacho persistente y concienzudo, se sacudió el odio, como cuando un perro se sacude el agua después de salir del río, y se dispuso a seguir rellenando papeles, con más ilusión y fuerza que nunca, pero esta vez, haría los papeles más grandes, para que llamaran más la atención. Trabajó y trabajó, en el suelo, de rodillas, pues su casa era pequeña y no había mucho espacio. No hubo días no hubo noches, el tiempo se evaporó, trabajó incansablemente durante dos largos meses y realizó diecinueve tablillas, unas con más acierto y otras con menos pero todas salieron del fondo de su corazón. Gastó de nuevo todo su dinero, el cual había ganado yendo a coger aceitunas, poniendo cafés y cubalibres, y privándose de muchas cosas que a él también le gustaban. Cogió sus diecinueve tablillas y las metió en su viejo coche y empezó a dar vueltas con ellas, intentó mostrarlas, donde buenamente pudo, pues no tenía muchos resortes que tocar para que le hicieran caso, pues era un muchacho incómodo de aguantar que solía molestar y crear conflictos en todos los sitios donde había estado, ya que nunca tenía la boca cerrada, y solía decir las cosas tal como son, y eso no era muy agradable para la mayoría de la gente.

Intentó venderlas, pero esta vez lo haría en su pequeño pueblo donde vivía pues no le apetecía estar durmiendo en el coche ya, y malcomiendo todos los días otra vez. Se subió a la sierra y allí puso día tras día sus nuevas tablillas, los días eran largos y aburridos, y tampoco allí logró que le hicieran caso. Malvendió tres de esas diecinueve tablillas, a sabiendas de todo lo que había trabajado en ellas y de las buenas sensaciones que le habían producido. Sólo sacó lo que le habían costado montarlas.

No se desanimó e hizo muchas más de esas grandes, se lo pasó estupendamente, y disfrutó como un cochinillo en el barro. Se cruzó en su camino el estúpido mundo de la tecnología, y harto de acarrear tablillas de un lado para otro, pensó en hacer un espacio en el Internet, para que todo el que quisiera pudiera ver lo que hacía de una manera cómoda y gratuita, trabajó en ello, y fabricó unos videos cutres de sus papeles, puso todo su tiempo en hacerlo lo mejor que sabía, quedó aceptable, pero tampoco tuvo suerte, y únicamente todo ese trabajo desarrollado le servía para seguir ahogándose en su propia agonía.

Tampoco se desanimó por esto, y pensó en dar unas charlas-conferencias de su trabajo explicando como los hacía. Trabajó otra vez fuerte en la aceituna, otra vez poniendo cubalibres y cafes hasta que consiguió juntar de nuevo lo suficiente para comprar un proyector y unos buenos altavoces para su propósito, hizo tres charlas conferencias que no quedaron mal en su cabeza, pero a las que no fue ni el tato, y los que fueron únicamente se quedaron con la percepción de que ese muchacho, estaba haciendo algo bien, pero ya no les interesaba lo que hacía ni su contenido, sino que eso valiera algún día más dinero del que ellos habían pagado por él. Ese tufillo le llegó a este muchacho a la nariz, y le produjo unas grandes ganas de vomitar, no era para eso para lo que había trabajado tanto, y tan fuerte.

Para especular, pensó este muchacho, ya están los de los chaletes y los de los buenos coches, se rascó la cabeza unas pocas veces, y llegó a las siguientes conclusiones:

a) era un imbécil (lo cual le agradaba de sobremanera).
b) era mejor rellenador de papeles que vendedor.
c)Se estaba quedando un poco lerdo con tanto trabajo en su cabeza.
c) Lo único que haría de ahora en adelante sería no aburrirse.
d) Sus cojones siempre le olerían a cojones.
e) Si ser artista era ir acumulando odio a él no le interesaba ser artista.

Así fue como este muchacho terminó por desanimarse del todo, en lo que respecta al mentiroso mundo del arte, seguía sin encontrar las repuestas a las preguntas estúpidas que se hacía, y de cómo a partir de ahora se lo pasaría bien y disfrutaría de su trabajo sin importarle una mierda si vendía o no vendía, o si eran buenas tablillas, o malas o regulares, pues seguía teniendo sus manos intactas, y unas infinitas ganas de abarcar y aprender un montón de nuevas cosas que le quedaban que hacer, y que seguiría rellenando papeles, pues este muchacho tenía dudas de todo tipo, pero si en algo no tenía ninguna era que le encantaba rellenar papeles, su único propósito…
ser un humilde jardinero.

¿FIN? No creo.

Espero que te haya gustado el cuento de Ayarra (rellenador de papeles). En fin, pues en vistas de que el fracaso ha sido absoluto, a nivel económico, que no personal, (pues soy más duro que el tergal), y que después de estos intensos tres años de trabajo, más uno que lleva el blog en circulación, me sigo comiendo los mocos, para lo que me queda en el convento me cago dentro.

He colgado nuevos vídeos, con más papeletes, y con más tiempo entre uno y otro, pues a lo mejor los anteriores estaban demasiado masificados, debido a mi ansiedad. Creo que son un poco mejores, o no, (los papeles, no los vídeos, estos siguen siendo una peste).

Como no sé explicar de manera cuantitativa todo lo trabajado hasta la fecha, voy a modificar todo el blog, Ahora voy a poner menos cantidad de “videos”, para no aturrullar, e iré quitándolos y poniéndolos a mi antojo, conforme los vaya haciendo.
El que no haya visto los papeletes anteriores tiempo ha tenido de sobra, si de repente ahora te ha entrado un sinvivir increíble y unas ganas locas de verlos, te jodes, pues ya no es posible, por que ya están todos hechos un turulo, con sus gomas para que no se desenrollen, y los “vídeos” de estos papeletes quitados del youtube.

Visto lo visto, como hoy en día lo que no vale mucho dinero, no le importa un comino a nadie, y la estupidez del ser humano llega a límites insospechados (la mía incluida), a partir de ahora únicamente voy a hacer lo que me venga en gana a la hora de rellenar mis papeles, pues me parece que no merece la pena tanto esfuerzo, ya que a la gente únicamente le interesa el dinero. A mí también, que quede bien claro, (pues no me hace mucho chiste tener el frigorífico cantando la caña y que se cuele el agua por mi tejado), aunque quizá no tanto.

También me gustaría decir o aclarar, que las palabras anteriores pueden parecer soberbias, pero nada más lejos de la realidad, pues sólo están motivadas por el cansancio y el desencanto.

Nueva posdata: quizás, sólo quizás, en los tiempos que corren se deba de dar más valor a lo que no se hace, que a lo que se hace.

Ah, se me olvidaba,
LO INDISCUTIBLE, NO ES DISCUTIBLE.


Ayarra
(Rellenador de papeles)
1-4-2009